El Vaticano ha licitado a sus fieles creer en extraterrestres. Pueden existir. Me alegra mucho esta pequeña alteración cristiana 2.000 años después que debiera ser implantada. Pero claro, 2.000 años allá poco daban para pensar en marcianos, como tampoco dieron a su turno la celestial corteza estrellada de la tierra, los ángeles avistados descendiendo de las nubes o la explosión de Dios en el primer segundo de la Creación. Emperifollando las grietas de sus propios cimientos ha ido subsistiendo contra toda razón lógica nuestra amada religión (nuestra, de nuestro estado constitucionalmente católico, quiero decir). Un séquito de parches divinos para subrayar sus defectos profanos. Porque desde hoy mismo, el hombrecillo verde podrá ser bautizado.
Pero ¡ay, Dios!, en la humilde casa del Señor no disponemos de más Jesucristos, nacidos por gracia milagrosa, arribados para bendecirnos con la Redención. Tal vez será que esta enésima neocristianidad, astrocristianidad según se mire, peque de egoísmo para con nuestros nuevos hermanos, que aun siendo estos estelares, no pudieran en caso de comer excesivas manzanas (baste recordar su ácido sabor a pecado), recibir el perdón si fuere merecido. Pero no perdamos la Fe: esta aristotélica entelequia podrá ser en cualquier momento perfeccionada, alegando más posibles Salvadores, pues de magnificencia y omnipotencia vive Dios. Y pecata minuta.
Mis queridos cleros, admitir la vieja creencia Todopoderosa consonante a vidas extraplanetarias quizás evolucionadas, es una absurdidad en sí misma, por la sencilla razón que de existir unas mentes, aun siendo por poco más privilegiadas que la nuestra, rehusarían sin duda la católica propuesta, y mucho me temo que se verían obligados a pasar de largo de nuestro planeta, por miedo a contagiarse de tan poderoso somnífero del alma.
(Coda: “Contempla la obra de Dios. ¿Quién podrá enderezar lo que él torció?”. Gattaca, 1997)
Pero ¡ay, Dios!, en la humilde casa del Señor no disponemos de más Jesucristos, nacidos por gracia milagrosa, arribados para bendecirnos con la Redención. Tal vez será que esta enésima neocristianidad, astrocristianidad según se mire, peque de egoísmo para con nuestros nuevos hermanos, que aun siendo estos estelares, no pudieran en caso de comer excesivas manzanas (baste recordar su ácido sabor a pecado), recibir el perdón si fuere merecido. Pero no perdamos la Fe: esta aristotélica entelequia podrá ser en cualquier momento perfeccionada, alegando más posibles Salvadores, pues de magnificencia y omnipotencia vive Dios. Y pecata minuta.
Mis queridos cleros, admitir la vieja creencia Todopoderosa consonante a vidas extraplanetarias quizás evolucionadas, es una absurdidad en sí misma, por la sencilla razón que de existir unas mentes, aun siendo por poco más privilegiadas que la nuestra, rehusarían sin duda la católica propuesta, y mucho me temo que se verían obligados a pasar de largo de nuestro planeta, por miedo a contagiarse de tan poderoso somnífero del alma.
(Coda: “Contempla la obra de Dios. ¿Quién podrá enderezar lo que él torció?”. Gattaca, 1997)
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